El Fideicomiso o encargo de confianza (fidei=confianza y commitere= encargar) tiene como principal finalidad la conservación de un determinado patrimonio a favor de sus últimos titulares. El constituyente, (“Fideicomitente”) entrega un patrimonio a una persona de su confianza (el “Fiduciario”) quien tendrá la obligación de preservar dicho patrimonio en favor de sus destinatarios últimos (los “Fideicomisarios)”. Salvo regulación expresa en contrario, el fideicomiso otorga al Fiduciario la facultad de gestionar y administrar el patrimonio fiduciario y de hacer suyos los frutos y rentas de los bienes que lo componen, si bien, llegado el hito marcado por el Fideicomitente, deberá entregar los bienes afectos al fideicomiso a favor de los Fideicomisarios. Como regla general, el Fiduciario no podrá disponer de los bienes afectos al fideicomiso ni los podrá hacer suyos; su titularidad será meramente formal y por definición, de carácter temporal. No obstante, cabría la posibilidad de modular estos efectos y regular el fideicomiso de forma distinta y conceder al Fiduciario facultades de disposición (fideicomiso de residuo).

En el ámbito de la Empresa Familiar el fideicomiso puede ser una figura altamente interesante puesto que al recaer sobre las acciones o participaciones sociales en la Empresa Familiar permite garantizar la preservación de la propiedad de la empresa en el ámbito familiar. No obstante, debe tenerse en consideración que la regulación de un fideicomiso puede suponer un eventual perjuicio  para el negocio (ya sea, por pérdida de oportunidades en la transmisión de la propiedad o bien por dar prioridad al reparto de dividendos frente a la inversión en el negocio), por lo que será necesario analizar cada caso concreto a fin de regular, de forma particular, normas de salida del fideicomiso para que la voluntad de preservación de la propiedad a favor de futuras generaciones no afecte de forma negativa a la correcta evolución de la Empresa Familiar.